Revista poética Almacén
Consultorio sexistencial

[Jovanka Vaccari]

Una visión moderna y divertida sobre el sexo, la sexualidad, los roles sexuales y su función existencial.
Estos artículos fueron publicados en el dominical de La tribuna de Canarias.

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¡Oh, vaya, ya estás estrenada!
Chapoteos, ruidos húmedos y veloces movimientos laten en una pletórica y vibrante charca. ¿Qué puede ser, qué puede ser?… ¡Efectivamente! ¡Época de apareamiento! Ranas y sapos, lejanos pero parientes nuestros, festejan el periodo de reproducción jugando al “¡Me la pido prime!”: los machos más rápidos agarran a las hembras por el lomo, en una especie de abrazo que se llama amplexo y, aferrados a ellas, pelean a anca partida con otros machos por mantener una privilegiada primera fila. El objetivo es permanecer ahí hasta que la hembra desove y el macho pueda ser el primero en verter su esperma en el agua y sobre los huevos. Como saben, la fecundación humana no se produce fuera del cuerpo sino dentro, pero no deja de sorprender qué comunes son las conductas sexuales del mundo animal.

Abierta o secretamente, todo hombre heterosexual —viejo o nuevo, progre o carca, culto o inculto, enriquecido o empobrecido, experto o pardillo— desea “estrenar” a una mujer, ser El Primero. Y por lo que hemos podido presenciar, despliegan una rica vida emocional cuando descubren qué lugar ocupan realmente en la historia sexual de su pretendida, a saber: frustración, resignación, inseguridad, miedo, vergüenza, indignación, cólera, odio, sentimiento de disolución, deseo de matar...

¿Sabían que ni chimpancés ni orangutanas ni gorilas ni otras parientas muestran nada parecido al himen? ¿Que qué significa? Pues que esta estructura evolucionó al mismo tiempo que nuestras antepasadas homínidas se convertían en humanas y que, en consecuencia, es algo específicamente nuestro. De eso hace entre cuatro millones de años y cuarenta mil, tarde más tarde menos.

El himen es una membrana en forma de media luna que, a modo de solapa, bloquea la entrada de la vagina. Su génesis es tan oscura y su utilidad fisiológica tan improbable que bien puede haber sido un defecto menor de nacimiento —como los dedos palmeados de algunas personas— pero, ¡manda membranas!, qué partido le ha sacado el mundo masculino al dichoso cachitín de tejido.

Algunas hembras de peces e insectos experimentan desgarramientos genitales inmediatamente después de haberse apareado. Las teorías evolucionistas interpretan este comportamiento como un medio —cruel, pero qué sabe la naturaleza de moral— de impedir el acceso a posteriores y posibles fecundadores. Bueno, pues el himen funciona exactamente a la inversa: asegura la fidelidad antes de la relación sexual en lugar de después. ¿Qué les parece? ¿Se va entendiendo el gusto masculino por los estrenos e inauguraciones?

El himen caracteriza a la virgen. La virginidad significa ausencia de infidelidad, adulterio... o embarazo. Estudios realizados en diversos pueblos, desde los yanomami venezolanos a los polinesios o norteamericanos, demuestran que el diez por ciento de los hombres que presumen de ser los padres de sus hijos, no lo son en realidad. Quizá entre nuestros antepasados hubo varones que, desafiando la condición promiscua de la vida y, por tanto, evitando la competencia reproductiva, protegieron o mantuvieron a hembras jóvenes cuyos hímenes testimoniaran castidad previa.

En este sentido, el himen puede haber representado una victoria para los intereses reproductores masculinos en la batalla de los sexos: este cinturón de castidad congénito proporciona al hombre la seguridad de que será “¡primeee!” en la carrera reproductiva, aumentando las posibilidades de que sus genes estén representados en las generaciones sucesivas.

¿Y cómo se hizo carne el himen y habitó entre nosotras? Dicen que las hijas de la madre con ese defecto de fábrica también habrían tendido a tener hímenes, y que los hombres habrían podido condicionar, por selección sexual, la aparición de vírgenes dotadas del mismo hasta que casi toda niña terminó naciendo sellada. Será así pero, sin excluir lo anterior, no puedo dejar de pensar que el himen, en paralelo a la aparición de la consciencia, nos protegió de embarazos jóvenes, concediéndonos tiempo para un desarrollo desconocido en otros animales.

Dicen también que todo ocurrió en el transcurso de unas pocas generaciones, y aunque no comprendo por qué unos cambios evolutivos son tan rápidos y otros tan lentos, no deja de ser esperanzador: información y anticoncepción actualmente nos protegen de preñeces prematuras y otros crímenes, por lo que ya podemos deshacernos del arcaico pellejo pero, sobre todo, del significado y valor que el patriarcado le ha adjudicado. Para lograrlo, propongo poner en práctica recursos psicológicos de exitoso resultado, como: a) la negación: “¿Himen?...¿Qué es eso?...No, nunca lo he tenido”; b) la visualización positiva, imaginándonos sin himen hasta que desaparezca; y c) total, por reírnos, el religioso, rogando a los dioses que a ellos les salgan filamentos festivos allí.


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