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Guía para perplejos por Antonio Martínez Ron

El programa de software avanzado A.B.E.R.R.O.N, desarrollado por la NASA a finales de 2003 y oculto bajo el pseudónimo de Antonio Martínez Ron (Fogonazos), rastrea sistemáticamente la red en busca de pequeños resquicios de irrealidad y vulnerabilidades del sistema. Con la Guía para Perplejos, los científicos pretenden ir más allá: estudiar el lado más oscuro del programa y enfrentarle a las paradojas de la creación literaria. Cada día 23, en LdN.

Puertas de entrada a la ficción

La ficción es un lugar con puertas y ventanas, un inmenso tragadero por el que se van filtrando nuestras vidas. A nuestro alrededor, sin que nosotros lo advirtamos, existe una red de resquicios por los que lo ficticio se va a adueñando de lo vivo, pequeños agujeros por los que se cuela la realidad como en la madriguera de un conejo que llega tarde a su cita.

Este tipo de conexiones tienden a multiplicarse ante la cercanía del novelista. Los que lo han vivido sienten la presencia del escritor como la de un agujero negro, una fuerza que nos va desposeyendo de gestos, vivencias y expresiones. A menudo nos reconocemos en uno de sus libros y nos parece un detalle divertido y venial; ignoramos que el escritor es capaz de absorber algo más que nuestro repertorio de manías y llevarnos hasta un lugar para el que no hay billete de regreso. Aquellos que han pasado al otro lado terminan por no reconocerse en su propia piel, amedrentados por la sombra en el espejo. “Es mentira. Siempre he tenido buena vista” —se quejaba Gregorio Fuentes una vez convertido en el viejo de “El viejo y el mar”. “Yo no andaba despeinada ni con los zapatos rotos” —clamaba Edith Aron transformada en La Maga de Cortázar. Pero entonces ya era tarde, porque sus personajes habían adquirido una presencia más real y viva que la suya.

Últimamente se han abierto puertas que permiten al lector penetrar por su propio pie en el plano de la existencia literaria. Un desdoblamiento gustoso y voluntario servido con todo tipo de facilidades por las editoriales. Así, el Círculo de Lectores ofrece este trimestre la posibilidad de conocer al autor Brian Freeman en persona y pasar a formar parte de una de sus novelas. Según explican en su web, los ganadores del sorteo podrán conocer al autor para que incluya en su próximo libro un personaje con su nombre, apellidos y descripción física, una especie de cameo triste y amañado, como el de aquellos extras de las películas de romanos.

El prestigio de la ficción ha llevado a este desprecio por la vida en carne y hueso, de modo que uno no ha sido un hombre de provecho si carece de su propio cantar de gesta. Así lo demuestra la proliferación de empresas que ofrecen biografías por encargo, compañías que se ocupan de relatar tu vida de forma ordenada para que tu pequeña historia no caiga en el olvido. “¿Has pensando alguna vez en ver toda tu vida escrita y recopilada en un libro?” —reclaman los anuncios publicitarios— “¡Regala tu vida a los seres más queridos!” Una vez contratada, la empresa envía a tu casa un escritor que te va robando la memoria hasta convertirte en un clon irreconocible de ti mismo, un payaso camuflado por el maquillaje de la autocomplacencia.

Los clientes de este tipo de servicios —según explica uno de sus responsables— suelen ser gentes cercanas a la muerte, tipos con el suficiente dinero como para pagarse el capricho de entrar en el olimpo de la literatura por la puerta de atrás. “Fulano López de Samaniego, —dirá la biografía— nació en Langreo en el año 1912 y ya en su más tierna infancia mostraba su interés por el negocio de los mejillones”.

Leerse es un poco como verse muerto, escribirse una vida sirve para tomar perspectiva de los hechos. Tal vez nos venza el deseo de conocer qué dirán de nosotros cuando hayamos transitado al otro mundo. En el camino de acceso a la ficción, la muerte es la más directa y eficaz de las vías, una puerta por la que pasamos directamente a formar parte del relato y la crónica desdibujada que dejarán de nosotros los siglos. Exenta de miserias, nuestra colección de pequeños momentos acabará en algún rincón oscuro de la memoria, como apartados almacenes donde se acumulan las malas novelas. Alguien podrá decir entonces que nuestras biografías no dan a la mar, que es el morir, sino al cajón de los libros descatalogados.

Antonio Martínez Ron | 23 de marzo de 2007

Comentarios

  1. Ana Lorenzo
    2007-03-25 13:17

    Incluso el mismo escritor se ve muchas veces tragado por su propia obra: una amiga mía me informaba un año de que Javier Marías, su autor favorito, tenía un hijo; debe de estar casado, concluía, o tener pareja. Le pregunté dónde lo había averiguado. En su última novela. Qué difícil se le hace a la gente discernir la realidad de la ficción.
    A mí me gusta la ventana que usa Alfred Hitchcock para ¿salir? o ¿entrar? a la realidad: aparece en sus películas como un tipo corriente y despistado; aunque yo le miro y sé que es él el que me ha hecho sufrir con las pequeñas historias de suspense que no terminan nunca bien. ¿Qué pretendería, colarse también en nuestros sueños?
    Un saludo

  2. Marcos
    2007-03-25 13:54

    El problema —me refiero a los de las biografías por encargo o al ser un personaje de una novela— es que hoy eso ya no significa nada; quiero decir que en el medievo sí, si aparecías en un libro eras alguien, pero hoy es como salir en la tele: aparece cualquiera. Te escriben la biografía y, suponiendo que alguien la lea, dentro de un par de décadas está enterrada bajo millones de ejemplares nuevos y nadie nunca más se acuerda de ella. Entre otras cosas, porque será una mierda de biografía o de novela.

    Saludos.

  3. Arturo
    2007-03-26 12:48

    Permíteme que discrepe, querido amigo. Creo que confundes la confección biográfica con la ficción literaria. La primera cae de lleno en el ámbito del retrato y que levante su protesta aquél que no haya deseado alguna vez regalarse o regalar a alguien un recuerdo amable y perdurable de uno mismo (técnicas aparte). Depende sobre todo de las proporciones de ego y recursos.

    Que el retrato literario (que reclama libertad creadora) esté en alza no dice nada de la calidad final de la obra. Ésta depende de manera exclusiva del talento del autor. Cuando en 1906 Picasso retrató a Gertrude Stein cuentan que no gustó a nadie (salvo ella y el genial pintor) y le decían que no se le parecía; “Pero se parecerá”, replicaba Picasso. Y con los años Stein se aproximó mucho a aquella imagen. ¿Cuántos futuros genios de la literatura pueden depender hoy de que les encarguen tal o cual vida novelada? Uno solo ya merecería la pena.


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