Gustaba de fotografiar los animales adheridos al asfalto. A menudo era una sola foto: una ardilla desmembrada, un gato cuya cabeza se había fundido con la carretera, una amasijo de carne que había sido un perro. Cuando la ocasión lo permitía, por cercanía o azar, fotografiaba el proceso de putrefacción del animal apartado en los arcenes o su desaparición por el aplastamiento continuado de los coches. Con cerca de diez mil fotografías reunidas en varios años de luz sobre el asfalto, buscó financiación inútilmente para exponer la colección al público. Una noche recorrió las calles pegando las fotografías en farolas, puertas, barandillas, semáforos, escaparates, árboles y arcenes, y la ciudad amaneció engalanada con quijadas abiertas, vientres esparcidos y plumas rotas. Fue encarcelado por escándalo público.