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Retales por Agustín Ijalba

Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.

Agujeros negros

Alcanzada la quietud más absoluta se colapsa toda acción, como la estrella en el instante previo a su presunta desaparición. Nadie te ve pero atento conversas con la sombra de sus torsos, y observas sus manos desencajadas ceñirse el cinturón antes de dar el salto y clavarse las uñas en la alambrada.

Miras a tu alrededor y observas todo un horizonte de sucesos, una manera de decir que más allá de mi no hay nada que hablar, nada que ver, nada que oír. Soy un agujero más que negro. Negrísimo. Espeso y cruel con la luz que desmenuza tus ojos. Veo todo porque todo lo absorbo. Y con vuestras manos construyo abrazos, saludos, palmas, puñetazos. No hay sed que no pueda saciar. Y frío o calor que no pueda cubrir. En la espesura del silencio me delatan sin embargo los gritos desgarradores del que huye, pues sólo su eco logra escapar.

Ignoro si hay razón para el hastío. Pero tampoco para la esperanza. Lamerse las heridas no ha de servirle al mundo, aunque momentáneamente alivie los instantes de dolor que otros se dejaron cual jirones en la espalda. Porque frente a mi todo es espalda, dorso, retaguardia, huella sobre huella que camina perdida en espiral sobre sí misma. Dar vueltas es rumiar la misma sangre que brota de la misma vida, de la misma muerte que la tuya o la mía.

Perdida quizás, pero nunca ida, la soledad del que habita el mundo es siempre la soledad de uno más uno más uno. De aquél que encallado en la negritud acecha lo real como el cazador furtivo su presa, atento siempre a ver lo que más allá de su piel sucede. Definitivamente, la contemplación es la actividad sagrada del que vive en la plenitud y en la dicha, advierte el eremita desde su cueva al que osa acercarse a la oquedad de sus ojos, arrancados a la luz desde la profundidad de los siglos. En sus mejillas enjutas se reconocen los trazos de quien tal vez regresara de ver a Nicómaco, o tal vez de verse a sí mismo desde la lejanía del hallazgo.

Agustín Ijalba | 10 de octubre de 2005

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